‘Who controls the past controls the future’. 1984, (1949) George Orwell
Vivimos tiempos exponenciales. La evolución exponencial del desarrollo tecnológico que Ray Kurzweil preconiza, señalando que así será a pesar de las recesiones, provoca diferentes reflexiones. Se torna en análisis ineludible las implicaciones educativas.
En ese proceso evolutivo están en juego conceptos como el progreso acelerado y la idea de cambio paradigmático, el desfase de ciertas reglas del juego (cívico) y el olvido de logros socieoeducativos. En este sentido, quiero apuntar algunas ideas para la reflexión:
Olvidar el pasado se puede convertir en un acto temerario: hay logros sociales (sanidad o educación públicas, o la propia democracia, como ejemplos) que nos han costado mucho esfuerzo, sangre y sufrimiento para estos sean defenestrados en el cajón del olvido. Avanzar sin ‘rumbo’ aparente es imprudente: si no avanzamos con rumbo, el rumbo será impuesto por otros. No enmendar errores presentes será siempre un hecho irreflexivo: no existiría, por tanto, el aprendizaje. El progreso tecnológico debiera estar relacionado con estos criterios. Debe estar sometido a una crítica permanente como deben igualmente estar sometidas áreas como la política o la educación. El progreso tecnológico es necesario, oportuno y beneficioso para la educación, pero cuando está orientado bajo criterios consensuados, democráticos y en aras del procomún. Si el avance está auspiciado por intereses privados es un camino que estará controlado siempre por el poder económico -hoy globalizado-, siempre al margen de perspectivas democráticas.
El avance exponencial de la tecnología no es un factor positivo per se. Ante tal circunstancia la educación debe plantearse al menos la siguiente disyuntiva:
1: Por un lado, observando nuestro presente político, tenemos la opción de adaptarnos complacientemente a los cambios futuros y a una selva tecnológica, donde domina la ley del más fuerte (económica y competitivamente hablando), donde se hace real lo que quieran los grupos de poder, obviando de esta manera sus mecanismos de control y mostrándonos indiferentes a las implicaciones ético-sociales que cualquier acción educativa debe mantener. Actitud que en el fondo sería contradictoria, pues quien obvia las implicaciones ético-sociales está visibilizando una ‘ética’ específica con su “no implicación”. Es decir, no existen actos asépticos (políticamente hablando) en educación.
2. Por otro lado, teniendo en cuenta ese mismo presente político…. tenemos la opción de conocer los caminos que marca la ley de la selva tecnológica para los cambios futuros, promocionando una alfabetización digital real, que sea crítica y creativa a la vez. Ejercer la crítica sobre los grupos de poder, sin obviar sus mecanismos de control y mostrándonos conscientes y participativos en las implicaciones ético-sociales que cualquier acción educativa debe mantener, para así intentar un cambio y transformar aquello que no sea beneficioso para la comunidad. Asumiendo de esta manera que la tecnología (como la política y la educación) debe estar guiada por intereses comunes, en beneficio de la colectividad social.
En este sentido, y como posible conclusión, no podemos pensar en el cambio tecnológico como algo incontrolable porque realmente sí está controlado (por grupos de poder), pero no por nosotros. Desde la educación debemos proteger, si lugar a dudas, los procomunes y necesitamos generar cambios desde la reflexión y pensando democráticamente. No obstante, la realidad (económica) contradice esta labor día a día. Sin embargo, en nuestra reciente historia moderna los cambios paradigmáticos han sido generados o por el peso descomunal del motor económico o, a veces de manera esperanzadora, por la unión social y crítica. ¿La educación en qué lado debiera estar? Bajo mi punto de vista lo veo muy claro. La segunda (y dificilísima) opción es la oportuna. No obstante, desde la educación no podemos caer en el pesimismo: el pesimismo no es nunca nuestra competencia.